Mañana hará un año que comencé a escribir y compartir este blog. Tengo que agradecer a todos ustedes que han visitado este espacio, a quienes me han dedicado algunas letras y a quienes me han permitido entrar en sus cocinas para compartir nuestras recetas
Me honra enormemente haber llamado la atención de sitios que han resaltado el placer lúdico de escribir este blog, pueden checar las entradas respectivas aquí y aquí.
Pero, sobre todo hay que reconocer lo maravilloso de este medio en el que nos podemos comunicar sin importar la distancia que nos separa. Gracias a este espacio he podido viajar por todos los continentes y compartir con lectores maravillosos ¡Gracias de nuevo y feliz año Letras y recetas!
Todo mi cariño,
Analú
jueves, 23 de junio de 2011
El oscuro mecanismo (Galletas con corazón de chocolate)
"Marco Antonio, Lourdes y Rómulo llegaron puntuales; de inmediato sacamos papeles y fingimos que copiábamos unos laboriosos mapas de geografía por si a alguien se le ocurría entrar a la sala de lectura sin avisar. Antes de retomar la lectura del libro que mi abuela me había dado con la advertencia de que se trataba “de lo más exquisito en cuanto a historias de fantasmas” les conté mi pesadilla; los tres me interrumpían con señas y pellizcos para referir las suyas. Todos habíamos soñado algo similar, niños fantasmales que entraban o salían de nuestras recámaras con miradas mortecinas y labios sellados de una blancura solamente vista en cadáveres de la funeraria. El más impresionado era Rómulo. Marco Antonio le dijo que no se quejara, después de todo se había pasado a dormir a su cama a mitad de la noche."
El mecanismo del miedo (fragmento), Norma Lazo, Ed. Montena 2010
Haber leído "El Mecanismo del Miedo" fue -además de placentero- un interesante ejercicio de nostalgia que me llevó a recordar épocas más sencillas, en las que se inventaban "códigos secretos" para tratar de engañar a los adultos, tiempos pasados en los que las pesadillas implicaban la aparición de algún ser sobrenatural que desaparecía bajo el mágico cobijo de los edredones a prueba de monstruos o con la valerosa y temeraria excursión para comprobar que ni en el armario ni debajo de la cama había algún ser verde y viscoso de afiladas garras.
Gracias al miedo podemos sentirnos niños de nuevo. Ese miedo benévolo que se exorciza con una lámpara de mano o con el muñeco preferido recostado a un lado y que se transforma en el más fiero guardían.
En lo personal, tengo que confesar que siempre he preferido sentir ese tipo de miedo, y aún más en esta época (¿seré por ello una especie de Peter Pan?), aunque para ello sea necesario viajar a parajes donde existen mansiones que se derrumban devorando a sus habitantes, a callejones victorianos donde un mismo hombre da a luz a otro con su misma carne pero animado por lo más abyecto de su espíritu. Decenas de veces he preferido andar al lado de gitanos que cargan ataúdes con tierra transilvana o tomar de la mano a nanas que me cuidarán de no caer en algún lago o de algo peor...
Desafortunadamente esa realidad me arranca cada vez con mayor descaro del goce de regodearme en esos miedos infinitamente misericordiosos puesto que se quedan atrapados facilmente, con el acto -siempre difícil- de cerrar el libro. Si bien es cierto que el escalofrío que provoca en la espina me acompañará por el resto de mis días, el miedo que esas maravillosas historias instigan nunca me ha obligado a mirar cada vez más seguido sobre mi hombro, ni impulsa a salir a las calles para gritar junto a otros bajo el signo de un dolor que se extiende, que tiñe de rojo, que trata de arrebatar el derecho a soñar.
Por fortuna, ahí esta Norma Lazo con su más reciente texto, regalando líneas esperanzadoras envueltas en fantasía, volviendonos partícipes de la herencia de las mujeres Berenguer con un mecanismo que -si tenemos empeño- podremos activar, estimulándonos a reconstruir un mundo en el que los niños puedan volver a trepar árboles, a rasparse las rodillas por jugar en los parques, a perderse en el cielo amasando nubes para volverlas animales, a que vuelvan a creer en monstruos y en hadas, en caballeros, en dragones y en perros y gatos que sonríen y en patitos que gustan de comer tréboles.
Hago el compromiso de volverme cómplice de los niños de la historia y levanto la mano para ser yo la encargada de preparar las galletas para la hora de la lectura y que en el centro tengan chocolate oscuro para que nos conforte el espíritu ¿Me acompañas?
Galletas con corazón de chocolate
90 g de mantequilla a temperatura ambiente
50 g de azúcar granulada
1 huevo, sólo la yema
1 cucharadita de extracto de vainilla
1 1/4 cucharadita de polvo para hornear
150 g de harina blanca
13 piezas de chocolate oscuro
1 cucharada de azúcar morena
1 huevo ligeramente batido para barnizar las galletas
¡Hora de hacer galletas!
Acrema la mantequilla junto con el azúcar granulada. Agrega la yema y el extracto de vainilla. Aparte, mezcla el polvo para hornear y la harina y únelos a la mantequilla. Es importante que no uses las manos para hacer la masa, pues calentarías en exceso la mezcla.Envuelve la masa en plástico autoadherente y dájala en el fefrigerador por una hora. Saca la masa y toma 13 porciones, A mí me facilitó esta tarea el uso de una báscula pero si no tienes una forma un cilindro y ve cortando las porciones. Con cada fracción envolverás una pieza de chocolate, dale forma de bolita y colócalas en la charola para hornear cubierta con un tapete de silicón o ligeramente engrasada. Barniza las galletas con el huevo batido y rocía con azúcar morena.
Mete al horno precalentado a 200°C y hornea de 10 a 12 minutos.
Si resistes un poco deja enfriar, aunque calientes son una delicia pues escapará una erupción de delicioso chocolate oscuro.
Con todo, la vida es buena, mientras existan las historias de horror y fantasía, la poesía, los cuentos... en fin, mientras hayan letras, recetas, esperanza, amigos y galletas de chocolate.
sábado, 30 de abril de 2011
Doktor Freud, doktor Freud, se le solicita en el diván... * Challah
“Dora cruza su mano derecha para rascarse la oreja izquierda y así, en imitación de Freud, mirar de sesgo el reloj que se encuentra en el escritorio.
Dora: Bueno, es hora. (Se pone en pie.)
Freud: No.
Dora: Es decir, sí.
Freud: Faltan unos minutos.
Dora: No.
Freud: Dora, ven mañana, en todo caso puedes viajar mañana en la noche.
Dora: Éste es mi boleto para el Ave del Amanecer de esta noche. (Guarda el boleto en su bolsita y la cierra. Dice: ) Así que sí: es hora. ( Le da la mano a Freud..) Feliz nuevo siglo doktor Freud.
Freud y Dora se congelan. Un silbato lejano de tren. Ruido de un tren acercándose. Dora sale mientras crece el ruido del tren.
Oscuro.”
Fragmento de la obra “Feliz nuevo siglo doktor Freud” de Sabina Berman, 2001.
Hace ya casi nueve años, un diez de agosto a las 19:00 horas se daba la tercera llamada que marcaba el inicio de la puesta en escena del texto de Sabina Berman “Feliz nuevo siglo doktor Freud”. La escenografía –aparentemente- era austera, pero ese engañoso vacío pronto se vio ocupado por un texto y actuaciones bastante enriquecedoras. Además, con el transcurrir de la obra, la escenografía fue tomando otras dimensiones con el movimiento del tablado y la iluminación.
La maestra Berman aborda este capítulo importantísimo en la vida de Freud –no se diga para el psicoanálisis- con enorme conocimiento no sólo del quehacer dramático, sino también del episodio histórico (es patente su formación como psicóloga). De entre tantos elementos del texto –y por supuesto de la puesta en escena-, me parece interesante rescatar la aparición de Freud multiplicado por tres. Cosa que interpreté como el ello, el yo y el súper yo –conceptos fundamentales en la teoría del psicoanálisis-, hechos carne por su descubridor Aunque es importante señalar que tales personajes no cumplen a pie juntillas con la descripción de cada una de tales estructuras, y eso ni siquiera es necesario.
Otra situación maravillosa en la obra es la entrada a un nuevo siglo, hecho significativo pues la protagonista se encuentra también en esa difícil transición que es la adolescencia. Los actores de la puesta representan varios personajes, un desdoblamiento interesante en esta maraña que trata de desenredar el trabajo psicoanalítico.
El caso Dora, como muchos sabrán, se desprende de la consulta de una de las primeras pacientes tratadas por Freud, la mujer acudió a consulta en 1900 y la historia clínica fue publicada hasta 1905. Desafortunadamente para Dora (por cierto, nombre ficticio que el doctor le dio a la paciente) y para Freud el tratamiento no llegó a buen puerto pues Dora no accedió a continuar. Por su parte Freud se reprochó por no haber podido ser objetivo en el trabajo psicoanalítico. Sin embargo, y gracias a este aparente fracaso, Freud enuncia un nuevo concepto: el de la transferencia, El cual por su complejidad no ahondaré más en este texto. Pero si te interesa conocer más al respecto aquí una liga enriquecedora. (En la imagen Oda Bahuer/Dora)
En no pocas ocasiones Freud ha sido duramente criticado, en sus días fue severamente condenado por el hecho de atreverse a afirmar que los niños eran poseedores de una sexualidad –indignó más ese hecho que la explotación infantil en fábricas o minas-, otros tantos calificaron al psicoanálisis como pseudociencia y en la actualidad se le sigue reprochando el hecho de que haya considerado a las mujeres proclives a la neurosis por la envidia del pene. Sin embargo, hay que recordar que –como cualquiera- Freud no escapó a su época, el doctor fue atravesado por su tiempo, en el que las mujeres no podían trabajar sin ser mal vistas, o no tenían derecho a votar, entre otras cosas ¡Era un judío burgués en plena época victoriana!
No se deberían regatear méritos a los trabajos de Freud, pues sus trabajos han servido como base para el psicoanálisis moderno. A pesar de las discrepancias o coincidencias con el médico vienés, Melanie Klein, Carl Gustav Jung, Erich Fromm o Karl Jacques Lacan –por citar algunos , fundaron muchos de sus trabajos en los descubrimientos del médico vienés.
Casi al final de la obra Freud charla con Lou -escritora suiza con quien Freud estableció correspondencia-, de este intercambio en la escena se justifica de alguna manera el comportamiento “machista” del doctor:
“Lou: (A nosotros.) Me sentí insultada, claro, y sumamente mujer. Como si un rubor recorriera todo mi femenino cuerpo. Y tuve un creciente deseo de protestar, de decirle a Freud: así es, así ha sido durante siglos: las mujeres son los eunucos de la sociedad, sin libertad, sin dinero ni poder, pero puede ser distinto. ¿Por qué usted, que ha visto más allá de su propia cultura en tantas cosas, aquí no puede ver más allá? ¿Qué tal que Dora es…? Digo: podría imaginarse, ¿que tal que Dora es una nueva mujer?”
(En la imagen Lou Von Salomé, Nietzsche y Paul Ree)
Y así como Freud fue “atravesado” por su tiempo, también fue víctima de la persecución nazi por el hecho de ser judío y psisoanalista. Por algún tiempo se negó a dejar su natal Viena, sin embargo decidió abandonar el país después de caer en cuenta que su integridad y la de su familia era realmente amenazada.
Seguramente, en la tranquilidad de su nuevo refugio en Londres, el buen doktor pudo festejar las tradiciones de su religión sin temor alguno.
Para, de alguna manera, acompañar a Freud en la celebración del Rosh Hashanah (año nuevo judío que se celebra el primer y segundo día del primer mes del calendario judío). De acuerdo al cambio de ciclos abordados en esta entrada, te propongo preparar el pan tradicional de tal celebración: Challah o Jalá .
Cuando este pan se utiliza para el Sabath es trenzado y cada tira simboliza la paz, la verdad y la justicia. Para la celebración de año nuevo se forma una espiral para representar la continuidad pues no tiene principio ni fin. Entre los alimentos que no pueden faltar en esta celebración están las manzanas y la miel, ese día deben evitarse las comidas ácidas o amargas.
En ambas versiones se espolvorea con semillas de amapola que representan el maná caído del cielo en el desierto.
A poner pues las manos en la masa.
Challah
4 tazas de harina de trigo (480 gr.)
1/2 taza de agua tibia
6 cucharadas de aceite de girasol
1/4 taza de miel
2 huevos grandes (ligeramente batidos)
1 y 1/2 cucharadita de sal
1 cucharada de levadura instantánea
Para barnizar y cubrir:
1 huevo
1 cucharada de agua
1 pizca de sal
2 cucharaditas de semillas de amapola
Esparce la levadura en el agua. Deja reposar por cinco minutos; revuelve hasta que esté disuelta. Sobre una mesa de trabajo mezcla la harina con la sal, forma un pozo –pide un deseo- agrega la levadura disuelta y mezcla con un poco de la harina, forma una pastita blanda. Cubre con un trapo y deja reposar por unos 20 minutos –debe esponjar y hacer espuma-.
Aparte, mezcla los huevos, miel y aceite, añádelo al pozo de harina y ve mezclando poco a poco hasta que se forme una masa blanda. Forma una bola.
Acomoda en un tazón aceitado, engrasa ligeramente la superficie del bollo de masa. Cubre y deja reposar dos horas o hasta que duplique su tamaño. Pasado ese tiempo, desinfla la masa y déjala descasar otros 10 minutos.
Dale a la masa la forma de un pan largo de unos 50 centímetros de largo, los extremos deben ser más finos que el resto.
Enrolla la cuerda y colócala en una charola para hornear ligeramente engrasada, tapa con un trapo de cocina y deja reposar por otros 45 minutos (No es comida rápida).
Pincela el pan con un huevo mezclado con 1 cucharada de agua y una pizca de sal, espolvorea con las semillas de amapola.
Lleva a horno precalentado y hornea a 180° C por 45 minutos o hasta que el pan se vea dorado y produzca un sonido hueco si lo golpeas en la base.
Deja enfriar y si quieres seguir la costumbre sirve acompañado de un tarrito de miel y algunas rebanadas de manzana.
Y ahora sí ¡Feliz nuevo siglo doktor Freud!
Por cierto, el próximo seis de mayo celebraremos también el 155 aniversario de tu natalicio así que ¡glücklich Geburtstag herr doktor!
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